Genealogía del cuerpo argentino. Dr. Luis G. Fanlo
Documento de Trabajo Asignatura Sociología de la argentinidad, Carrera de Sociología (UBA)
En la Argentina es posible verificar una temprana centralidad de la producción de cuerpos argentinos en las formas de ejercicio del poder. Durante el siglo XIX, hasta la llegada de la inmigración masiva, el cuerpo fue un campo de enfrentamientos singularmente importante. Un cuerpo argentino debía construirse a imagen y semejanza de un cuerpo europeo, entendiendo por europeo lo inglés, lo francés y lo alemán. Ese fue el modelo que inspiró la producción de la argentinidad como “crisol de razas”, que debía eliminar todo vestigio de barbarie de la sociedad argentina. Así lo enunciaron Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi al diseñar su política de “transplante poblacional”: lo indígena, lo criollo, lo gaucho, lo español, debía ser erradicado de la sociedad argentina.
En el Facundo o en la Vida del Chacho, por ejemplo, la barbarie se materializa en el cuerpo del gaucho: vago y mal entretenido, falto de modales, soporte de costumbres, creencias, rituales, modos de hablar, vestir, y pensar, irreversiblemente bárbaros (VENTURELLI, 2007). El gaucho era no solo inadaptado sino también inadaptable a las formas y modos de ser de la modernidad. Y la Argentina sería moderna o no sería nada (GARCIA FANLO, 2008).
Que un tipo de particular de cuerpo argentino era necesario para civilizar el país, y que dicha ingeniería social consistía en una razón de Estado lo prueba la voz de mando que establecía como verdad que “gobernar es poblar”. La condición de posibilidad para hacer gobernable a la Argentina era importar de Europa, cual si fueran mercancías, cuerpos civilizados que masivamente reconstituyeran las bases corporales de la sociedad argentina. Es decir que el problema de la corporeidad estaba indisolublemente ligado a una práctica específica de gubernamentalidad .
Políticas inmigratorias estatales sostenidas a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX resultaron en un efectivo pero “insuficiente” transplante poblacional. Puesto que los millones de inmigrantes que llegaron al país no provenían de Inglaterra, Francia o Alemania (por lo menos no en las cantidades que los ingenieros sociales que gobernaban el país creían suficientes) sino de sociedades consideradas bárbaras o inferiores: italianos del sur, gallegos, polacos, rusos, turcos, y de una veintena más de nacionalidades provenientes de la “baja Europa”. El diagnóstico fue que la inmigración producía “efectos no deseados” en la constitución de las clases y grupos sociales populares, produciendo la emergencia de una clase obrera y media inadaptada que alteraba drásticamente la configuración de relaciones de fuerzas preexistentes en la sociedad argentina.
Surgió entonces un orden del discurso sobre la inmigración y sus “efectos no deseados” que propiciaron prácticas estatales correctivas así como un tipo particular de razones prácticas cuya superficie de emergencia fue la aparición del ensayo de interpretación científico-positivista por una parte, y la novela sociológica naturalista-positivista por la otra . Entre ambas, de masiva circulación, se estableció una matriz que taxativamente definía un tipo racial-nacional de ser argentino (a imagen y semejanza de las fracciones dominantes) que se oponía antinómicamente al de las clases trabajadoras y populares.
Si en la primera parte del siglo XIX el modelo de argentino ideal se construyó en oposición y estigmatización del cuerpo del gaucho, en la segunda parte del mismo siglo y hasta principios de la década de 1920, el Otro absoluto quedó materializado en el cuerpo del inmigrante.
La voz de orden ya no fue “gobernar es poblar” sino “gobernar es educar” entendiendo la educación en términos morales (educación de las almas y el espíritu) y educación de los cuerpos en tanto fuerza de trabajo . Operación que implicaba una práctica de la gubernamentalidad que sostenía, a la vez, prácticas represivas hacia los inadaptables, y prácticas de poder productivo para los inadaptados pero potencialmente adaptables. Es el comienzo de la moderna sociedad disciplinaria en la Argentina y la época “de oro” de despliegue de los dispositivos disciplinarios como la escuela, el cuartel, la fábrica, las cárceles, los manicomios, los hospitales, y los conventos, la higiene pública, y la estatalización de los rituales populares callejeros .
La educación moral, travestida como “educación o cruzada patriótica” y la “cultura del trabajo” (BAUMAN, 2005) , apuntaban a producir un cuerpo popular dócil, disciplinado, austero, individualista, previsor, a-político, cuya “aspirabilidad” estuviera reglada por una forma de ser y de vivir adaptada al lugar y la función social que la Providencia le había asignado según su rango social y su raza (donde raza operaba tanto en el sentido étnico como de clase). El discurso higienista y el de los “modales” invadieron, por ejemplo, la vida cotidiana de los cuerpos populares emergiendo todo tipo de clasificaciones y de técnicas de gobierno destinadas a identificar anormalidades, desvíos, enfermedades sociales, y “monstruosidades” que había que vigilar y castigar.
Incluso el gaucho, antes estigmatizado, fue reivindicado y restaurado como ejemplo de la esencia de lo que un cuerpo argentino debía ser en contraposición a un cuerpo “extranjero”: el mito gaucho forjado por Leopoldo Lugones , sobre la base de una lectura singular de la novela “Martín Fierro” construyó un “gaucho bueno”, precisamente aquel que se sometía mansamente al orden social, económico, político y cultural dominante, trabajador, emprendedor, que asumía su ignorancia y clamaba por ser educado, opuesto al “gaucho malo”, edificado sobre el mito del “Juan Moreira” de Eduardo Gutiérrez, más que gaucho un orillero urbano, ladrón, asesino, simulador, inadaptable, enemigo de las fuerzas del orden, del Estado y de toda racionalidad aplicada a la vida social .
La clase media fue un producto exitoso de esta práctica de la gubernamentalidad constituyéndose así en la principal línea defensiva entre las élites dominantes y la clase obrera y los sectores populares. El cuerpo argentino fue entonces, el cuerpo de un argentino de clase media, y el cuerpo de un argentino de clase media era un cuerpo que aspiraba a ser como los cuerpos de la elite dominante. Aspirar a tener un cuerpo “oligárquico” (VIÑAS, 2004) y hacer todo lo necesario para modelarlo a esa imagen y semejanza se constituyó para las clases medias en condición de posibilidad para aspirar a la movilidad social ascendente y evitar degradarse a la condición obrera y popular (SEBRELI, 2003).
Durante la etapa previa al nacimiento del peronismo la voz de orden consistió en enunciar que “gobernar es educar y seleccionar”, desplegándose discursos y prácticas de gobierno basadas en la “eugenesia”, en particular desde el dispositivo de la Salud, la Higiene Pública, los discursos políticos y los mensajes publicitarios tanto estatales como empresariales . Los blancos privilegiados de este discurso fueron la mujer y los niños y niñas; la mujer en tanto “productora-reproductora” de la raza argentina y los niños y niñas en tanto “argentinos del futuro” (MIRANDA, M. y VALLEJO, G. 2005).
Legitimados en el discurso eugenésico se aprueban durante este período un conjunto de leyes, decretos, resoluciones ministeriales, etc. que instituyen reglas y procedimientos que medicalizan el matrimonio y las relaciones conyugales “normales” (certificado de salud prenupcial, obligación de análisis de sangre para detectar enfermedades de transmisión sexual, otorgamiento de créditos para la vivienda para familias numerosas, leyes laborales de protección de la mujer embarazada, etc.). También se medicaliza la condición de alumno en la escuela primaria, estableciendo los protocolos de “Sanidad escolar”, incorporando gabinetes psico-pedagógicos para analizar, vigilar y controlar a los niños “inquietos”, incorporando trabajadores sociales como asesores de los Directores de Escuelas, etc. (PUIGROSS, 2006)
Durante este período también se consolidan dos dispositivos, la Iglesia y el Ejército, que asocian la argentinidad con un tipo particular de configuración del cuerpo: el cuerpo del militante católico laico y el cuerpo del soldado, ejemplos por antonomasia del “cuerpo nacionalista” de un argentino “verdadero”: estoico, serio, arrogante, austero, apolítico, rigurosamente estructurado en todo tipo de rituales cotidianos, creyente, individualista, autoritario-paternalista, fundamentalista, machista, “hijo del rigor”, fervientemente patriota, defensor a ultranza de la familia, la tradición, la religión, y la propiedad privada .
No es casual que el ensayo de interpretación y la sociología de la época se especialicen en clasificar distintas biotipologías que producen los estereotipos del “argentino retractil”, “el hombre que está solo y espera”, “el cipayo”, “el retraído”, “el medio pelo”, los distintos manuales de “zonzeras argentinas”, “el nuevo rico”, “el rico tipo”, “el resentido”, y finalmente “el cabecita negra” . Esta obsesión por el cuerpo la vemos también reflejada en los tangos, el folklore, el cine, el teatro y el radio-teatro, impactando decisivamente en la inscripción de la manía clasificatoria en la subjetividad popular.
A partir de mediados de la década de 1930, las migraciones internas del “interior” a los grandes centros urbanos –en particular la ciudad de Buenos Aires- producirán un efecto similar al que a principios de siglo produjo la gran inmigración. El cuerpo fallido, anormal, desubicado, guarango, “mal educado”, “lumpen”, desviado, inadaptable, pasó a ser el del “descamisado”, “cabecita negra”, “grasita”, “negro”, en el que confluyen las estigmatizaciones de todo el campo discursivo de izquierda a derecha, y de las clases altas a las fracciones superiores de la clase obrera, siendo su superficie de emergencia, una vez más, la clase media.
El peronismo también se caracterizó por desplegar una política cuyo blanco fuera la definición del cuerpo argentino verdadero y perfecto, siendo la principal ruptura que realiza con respecto a las prácticas corporales previas su necesidad política de incluir en la argentinidad a los cuerpos de los migrantes internos y de los obreros.
Para los eugenistas del peronismo, liderados por el Ministro de Salud Ramón Carrillo, militante de la corriente de la “eugenesia positiva”, la integración de los cuerpos obreros (nuevos y viejos) era posible a partir de una decidida acción del Estado de tipo “regenerativo” (BIERNAT, 2007). Cuatro fueron los dispositivos principales de esta práctica gubernamental: el cuartel, la fábrica, la familia, y el hospital, constituyendo una red de poder. Con el peronismo se consolida definitivamente en la Argentina la estructura de la sociedad disciplinaria: una sociedad de productores que van de la casa a la fábrica y de la fábrica a la casa (RAMACCIOTI, 2005)
La regeneración peronista consistió en modificar las condiciones básicas de existencia, fundada en la premisa que “el medio hace al hombre” en particular si el “ambiente” está saturado de “moral”, “templanza”, “ahorro”, y una adecuada “aspirabilidad”. El peronismo se propuso hacer realidad las demandas populares acumuladas por décadas de políticas excluyentes: la casa propia, las vacaciones, la educación, la salud, el ocio creativo (en particular a través del fomento de las disciplinas deportivas y el dispositivo cinematográfico), la mejora del ambiente de trabajo, acceso al consumo de bienes durables, y un acceso controlado a los espacios sociales antes reservados exclusivamente a la “alta cultura”. Hasta el barrio fue organizado instalando un dispositivo de poder originalmente peronista: la “Unidad Básica”, y la emergencia de un nuevo modelo de cuerpo: “el militante peronista” .
El peronismo logró inscribir en los cuerpos obreros y populares su discurso y su modelo corporal, pero fracasó en la tarea de influir sobre la corporeidad de la clase media y las clases altas. Incluyó a la clase obrera y los sectores populares dotándolos de un cuerpo propio (una corporeidad peronista), pero no pudo modificar el carácter de cuerpo en transición de la clase media, eterno aspirante a construirse en cuerpo “oligárquico” y refractario de todo signo corporal proletario.
La dictadura militar que asoló al país entre 1976 y 1983 condensó y llevó a su máxima expresión la práctica gubernamental basada en la vigilancia, castigo y control de los cuerpos, haciéndolos blanco de sus políticas de exterminio.
La “desaparición” de los cuerpos considerados subversivos (concepto en el que se subsumen todas las categorías eugenésicas que históricamente marcaron los cuerpos desviados que había que corregir o eliminar de la sociedad), los Centros Clandestinos de Detención, la aplicación sistemática de la tortura y el martirio sobre los cuerpos, y la apropiación de los hijos de los desaparecidos combinaron los principios de la eugenesia positiva y negativa en una única práctica represiva.
El alcance de estas políticas puede resumirse en la siguiente voz de orden: “Primero eliminaremos los (cuerpos) subversivos, luego a los amigos de los subversivos, y finalmente a los indiferentes”. La “solución final” al problema de los cuerpos desviados adoptó la forma de la “desaparición” (eugenesia negativa): “Los desaparecidos son desaparecidos, no están, por eso son desaparecidos, nada se puede hacer al respecto”. Por otra parte, el principio de la eugenesia negativa se aplicó, siguiendo la interpretación de Vallejo Nagera y aplicada por la dictadura franquista contra los “comunistas”, con la política sistemática de apropiación de hijos a los que se podía curar de la enfermedad comunista de sus padres transplantándolos a un espacio familiar “saturado de moralidad” .
Con el fin de la dictadura militar y el retorno democrático parece cerrarse el largo capítulo de la historia argentina en que las prácticas gubernamentales tuvieron como eje, para sostener el orden social, “la argentinidad inscripta en el cuerpo”.
Desde luego hay que evitar interpretar esta somera descripción como un proceso lineal, mecánico, determinista, cuya lógica sería la de “a cada causa su efecto”, y que se organizaría históricamente en etapas definidas y sucesivas. El proceso de producción de un cuerpo argentino verdadero, como todo proceso social, fue complejo, contradictorio, con predominio de superposición de modelos y por lo tanto de fuertes y acaloradas disputas políticas, sociales, ideológicas, científicas, culturales, y discursivas entre cada uno de los modelos propuestos.
Más que sucesivos, estos modelos siguieron un patrón de subsunción de los unos en los otros, con una fuerte impronta en la re-actualización de viejos discursos y la proliferación de efímeros modelos alternativos.
Bibliografía citada
BAUMAN, Zygmunt (2005), Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Buenos Aires, Gedisa.
BIERNAT, Carolina (2007), ¿Buenos o útiles? La política inmigratoria del peronismo, Buenos Aires, Biblos.
GARCIA FANLO, Luis (2008b), “El gaucho y la argentinidad en el discurso de Carlos O. Bunge”, en Imago Mundi – Sección Artículos, Buenos Aires, (publicación electrónica), disponible en www.serviciosesenciales.com.ar/articulos/rtf-FANLO-001.pdf
JAMES, Daniel (1988), Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina (1946-1976), Buenos Aires, Sudamericana.
MIRANDA, M. y VALLEJO, G. (2005), Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino, Buenos Aires, Siglo XXI.
PUIGROSS, Adriana (2006), Sujetos, disciplina y currículo, Buenos Aires, Galerna.
RAMACCIOTI, Karina (2005), “Las huellas eugénicas en la política sanitaria argentina (1945-1955), en MIRANDA, M. y VALLEJO, G. (comp.), Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino, Buenos Aires, Siglo XXI.
SEBRELI, Juan J. (2003), Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, Buenos Aires, Sudamericana.
VENTURELLI, Claudia (2007b), “El Chacho y Sarmiento: de civilización y barbarie”, en Discurso y Argentinidad, Año 1, Número 1, (publicación electrónica), disponible en
http://sites.google.com/site/revistadiscursoyargentinidad/Home
VIÑAS, David (2004), Crisis de la ciudad señorial, Buenos Aires, Corregidor.
ZANATTA, Loris (1996), Del estado liberal a la nación católica. Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Universidad de Quilmes.
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