lunes, 13 de julio de 2009

PUERCO, IRACUNDO Y OBSCENO: el cuerpo abyecto de la literatura latinoamericana de los '90. Alina Mazzaferro

Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires – alinamaz@fibertel.com.ar

El cuerpo es una materia simbólica, una construcción social y cultural (Le Breton; 2008). Sobre él, cada sociedad deposita valores, instala sus representaciones de lo corporal. El cuerpo es un “inagotable reservorio del imaginario social” : las acciones y atributos de los hombres y mujeres no están inscriptos en su estado corporal sino que están gobernados por imaginarios acerca del cuerpo del hombre y de la mujer. Todo un sistema de valores instalado socialmente inviste cada uno de los órganos. Y también cada uno de los cuerpos: el cuerpo del rico, del pobre, del discapacitado, del deforme, del discriminado. En este trabajo nos ocuparemos de las escrituras latinoamericanas de los ’90 y es este cuerpo, entendido como metáfora de lo social, el que intentaremos descubrir en ellas.

Pues, por su carácter de materia construida socioculturalmente, podrá decirnos algo acerca de la sociedad que lo invistió de sentido.
Con estos objetivos, analizaremos la corporalidad presente en dos textos de la literatura latinoamericana de la última década del siglo XX: El asco. Thomas Bernhard en San Salvador (1997), de Horacio Castellanos Moya, y El Rey de la Habana (1999), de Pedro Juan Gutiérrez. Sin embargo, de ningún modo se trata de un análisis textual o intrínsecamente literario: los textos nos servirán para poder encontrar una nueva corporalidad en el mundo social de la era globalizada y neoliberal.
El cuerpo humano animalizado
Detenerse en las descripciones y adjetivaciones de las nuevas escrituras latinamericanas de los ’90 permite vislumbrar una nueva concepción de la corporalidad. En El Asco los políticos se comportan como las ratas más voraces; y miles de sus seguidores fueron sacrificados como borregos. El salvadoreño es una raza con vocación de termita, mientras que su ciudad está diseñada para que vivan animales. Los autobuses son para transportar ganado, la gente es tratada como si fuera animal y nadie protesta. Los taxistas son aves de rapiña, los médicos son salvajes y voraces, los profesores y sus alumnos, gatos. La cultura salvadoreña es una cultura-moscardón, pues “su único horizonte es el presente, lo inmediato, una cultura con la memoria del moscardón que choca cada dos segundos con el mismo cristal”(p. 78). Una mujer con granos y picaduras en el cuerpo es una especie de animal y hasta el propio narrador se transformó, por el calor de El Salvador, en un animal sudoroso.
Mientras tanto, Gutiérrez llama animal al pene de Rey, el protagonista, quien olfatea las vaginas de las mujeres, con quienes luego copula frenéticamente. Las mujeres se denominan hembras y bajan a lamer el animal tieso. Rey y Magda huelen a grajo en las axilas, a ratas muertas en los pies. Ambos son como “dos salvajes (…), puercos, embarrados de sudor, semen y mugre y hollín. Durmieron como dos marranos felices sobre aquel jergón asqueroso” (p.119). Se revolcaban con placer en una colchoneta sudada, con chinches y piojos, pero era así como ellos se sentían bien. “Eran dos puercos, deseándose como animales.” (p. 208).
El cuerpo latinoamericano es caracterizado con rasgos de animal, nombrado con nombre de animal: un cuerpo que disfruta de “la vida puerca”, del mal olor, del sudor, de todo aquello que se pueda percibir con los sentidos. El olor es la marca indeleble del latinoamericano marginal: si el “hombre social” ha intentado siempre ocultar sus olores naturales con perfumes y desodorantes, este “ser natural” no sólo deja que su cuerpo emane sus verdaderos olores sino que disfruta de ello. Finalmente, con la muerte, Rey y su mujer, Magda, se incorporan completamente al mundo animal: ella se volvió un cadáver devorado por las ratas. Él, mordido por esos mismos roedores, que le arrancaron trozos de los brazos, las manos, la cara, el vientre, las piernas, finalmente se convirtió en un cuerpo-festín para las auras tiñosas. Un final –la abyección total- donde no quedan rasgos humanos: hay pura corporalidad, pura animalidad.
El último carácter humano de esta nueva subjetividad latinoamericana es la memoria, pero de ella se quieren librar los personajes. El recuerdo es sólo fuente de sufrimiento: el narrador de El asco va repasando su pasado en El Salvador y, a medida que lo hace, siente la náusea en su cuerpo. Mientras tanto, Rey logra recordar a partir del cuerpo: se baña, se frota el cuerpo, se masturba y recuerda su niñez. “Hacía años que no recordaba” (p.34) y llora. Pero el recuerdo sólo puede traer dolor; Rey quiere volver a su estado animal, librarse de su memoria humana, entonces se golpea la cabeza y la cara, ahuyentando así los recuerdos. El cuerpo del macho acepta sólo un dictado del imaginario social: no puede “llorar y ablandarse como un niño. Él era un hombre y los hombres no se pueden aflojar. Los hombres tienen que ser duros o morirse” (p.37). Esto es lo único que le queda a Rey para seguir siendo hombre: su calidad de macho, su virilidad. Después, es tan sólo otro cuerpo más de la pobreza y “el pobre en un país pobre sólo puede esperar a que el tiempo pase y le llegue su hora” (p.38-39).
Se trata de una literatura de la afección, de la náusea, de lo abyecto, en tiempo presente. Literatura de un materialismo radical, donde lo corporal y las afecciones y sensaciones del cuerpo aparecen en cada página (no los sentimientos, sino los sentidos arraigados en el cuerpo). Una literatura que pone de relieve los desechos sociales y con ellos todos los fluidos corporales: el vómito, la náusea, la diarrea, todo ello descripto con cierto grado de naturalismo. Una literatura que retrata a una sociedad animalizada, que es la sociedad latinoamericana de la crisis, donde el ámbito de la civilización –la ciudad- se convirtió en el territorio de la barbarie. En esa ciudad habitan animales que se comportan repetitivamente, para los cuales no hay futuro sino puro presente. El asco pone en evidencia un discurso antinacionalista que considera al latinoamericano más próximo al animal que al ser humano. El rey de la Habana muestra una Cuba que, luego de la caída de la Unión Soviética, deja que sus animales salgan a la azotea. Se trata de seres que viven en un subsuelo orgánico, donde la vida animal y humana se desdiferencian. La identidad está constituida por la pura naturaleza: la identidad del latinoamericano de los ’90 es una identidad animal, subhumana, vinculada la lo sexual, al ser macho. Sin trabajo, familia o pertenencia a ningún tipo de institución, la sexualidad y su cuerpo es lo único que poseen estos sujetos para constituirse como tales, para forjar su identidad.
Las concepciones biológicas del cuerpo
La “bajeza de espíritu” de los salvadoreños que describe Vega, el narrador de El asco, se refleja en los cuerpos salvadoreños. Esas características de espíritu que se manifiestan en la corporalidad no son transitorias sino permanentes, inmodificables, porque Vega encuentra su origen en la raza, que a su vez debe sus paupérrimas y detestables características al ambiente, igualmente desdeñable (el sol y el calor serían los responsables del embrutecimiento de los habitantes: “El trópico es espantoso, Moya, el trópico convierte a los hombres en seres pútridos y de instintos primarios” (p.92), afirma el personaje). Quien nace en El Salvador está determinado por su raza; raza que tiene una “vocación” innata (de termita, de ladrón, de asesina, de hipócrita, peleada con el conocimiento) e inmodificable: por esta vocación el salvadoreño está más cerca de ser puro cuerpo que una persona; más cerca del instinto animal que del ser racional. El salvadoreño es, para Vega, de todos los hombres del mundo, el más reñido con el arte y las manifestaciones del espíritu, que confunde el arte con el remedo. Y esto se le nota en el rostro, en los movimientos de su cuerpo, en su mirada. Su paladar revela su ignorancia. Su brutalidad y bajeza de espíritu se inscribe, como un sello delator, en su corporalidad. De forma inversa y al mismo tiempo, el cuerpo deforme, hostigado, grasoso o ajado aparece como causa inmediata de esta inmoralidad/animalidad. Como en el acertijo del huevo y la gallina, el personaje de El asco no sabe bien si este cuerpo asqueroso es causa o consecuencia de la “bajeza moral e intelectual” del salvadoreño: simplemente es su destino, su naturaleza. Más aún, los líquidos y hedores de su cuerpo abyecto impregnan todo el espacio, lo contaminan, volviendo a todo lo que tocan en una gran podredumbre: baños, pasillos, bares, playas. Los fluidos y hedores corporales invaden el mundo circundante: el espacio donde se mueve el salvadoreño se convierten en una prolongación de su cuerpo. Y el salvadoreño, de cuerpo abyecto, no puede más que identificarse –y nombrarse a sí mismo- con una parte de su cuerpo (o más aún, la parte más abyecta, despreciada y al mismo tiempo rechazada por el cuerpo): un excremento humano (la palabra ‘cerote’ ).
El enfoque de Vega respecto del cuerpo pertenece a una corriente de pensamiento de finales de siglo XIX y comienzos del XX que planteaba que la condición social del hombre era producto de su corporalidad. Una postura biologicista que reducía al hombre a un ser orgánico de características físicas, sin ver las imbricaciones sociales y culturales que afectan las costumbres y usos del cuerpo. Así, se naturaliza al sujeto y a toda desigualdad social. Científicos de la época estudiaron “el peso del cerebro, el ángulo facial, la fisiognomonía, la frenología, el índice encefálico, etc. Una imaginación frondosa le hace preguntas al cuerpo. A través de una multiplicidad de mediciones se buscan pruebas irrefutables a la pertenencia a una ‘raza’, de los signos manifiestos, inscriptos en la carne, de la ‘degeneración’ o de la criminalidad. El destino del hombre está escrito desde un comienzo en su conformación morfológica.” Semejantes conclusiones científicas justificaban la creencia en poblaciones y razas inferiores y otras superiores, y la invasión o aniquilación de unas por parte de las otras. El mundo es entendido como un espacio regido por un orden biológico: según Vega, los que nacen cerca del Trópico no se vieron ni verán nunca favorecidos. El cuerpo del sudor, del hedor y de la pronunciada gestualidad permitiría deducir las características de la personalidad tropical. Cuerpos abyectos con personalidades, valores y una moralidad igualmente deleznables. La criminología del siglo XIX ya utilizaba esta metodología para identificar “el cuerpo del criminal”: era tan sencillo como encontrar su matriz morfológica. Los rostros y los cuerpos del delito de antaño son los rostros y los cuerpos que describe Vega. La naturaleza se impone: al cuerpo del salvadoreño “se lo percibe como una emanación moral que no puede escapar de su apariencia física” . Se trata de un cuerpo delator: el hombre es transparente, a través de su cuerpo se percibe su moralidad.
Cuando la literatura de los ’90 la retoma esta corriente filosófica del siglo XIX, nos alerta: el género antinacional latinamericano que apareció de la mano de la globalización y las políticas neoliberales que invadieron el mundo de los ’90, que exacerbó las cotidianas voces antinacionalistas (para hacer emerger su contracara: las desoídas voces de la nación), da cuenta de este retorno a la culpabilización de lo corpóreo. “La voz antipatriota se carga de efectos bajos y viscerales: desprecio, asco, abominación” -descubre Josefina Ludmer- y, al mismo tiempo que profana la nación, estigmatiza el cuerpo nacional, los cuerpos patrióticos. El discurso antinacionalista de los ’90, que dio pié al intenso proceso de desnacionalización de empresas e instituciones en los países latinoamericanos, llevó en su germen la matriz del pensamiento organicista del siglo XIX: el antinacionalismo se asquea de su patria y de los cuerpos que allí habitan, responsables desde sus vísceras de su destino socio-económico-cultural. Mientras tanto, esta literatura antinacional propia de esa etapa posliteraria, se acerca al límite de lo literario : allí donde está el cuerpo, que repugna, que genera asco, que destila abyección. Un cuerpo que no es literario; es social.
La subjetividad fundada en lo corporal
La literatura de los ’90 nos permite leer el mundo neoliberal, ver los cuerpos que en él habitan, descubrir las subjetividades inscriptas en esos cuerpos. La literatura descubre nuevos imaginarios sociales e ilumina aspectos de la sociedad contemporánea. En El Rey de la Habana proliferan los sujetos que exhiben sus “pingas” o sus senos; Rey, el protagonista, es un marginado social: está fuera de la ley, fuera de cualquier tipo de institución social –se ha quedado sin familia, se ha escapado del reformatorio, vive en la calle, no tiene trabajo (tampoco le interesa tenerlo), es pobre e ignorante-. Está fuera de lo social y, sin embargo, no puede dejar del estarlo del todo. La sociedad lo condena por querer vivir como un animal. Para él “la sutileza del amor es un lujo” (p.75). Rey sólo vive para satisfacer sus necesidades básicas. Un sujeto cuyas actividades conciernen únicamente a su cuerpo: Rey sólo vive para orinar y defecar, comer, golpear y golpearse y tener sexo.
Los sujetos de El rey de la Habana, al igual que los de El asco, han perdido su intelectualidad y su espiritualidad. La identidad de estos sujetos descansa exclusivamente en su corporalidad: La identidad de Rey es la del macho –que golpea, que toma las riendas en el acto sexual-. Así como el salvadoreño de El asco disfrutaba solamente de los placeres de la carne –beber cerveza, tener sexo con prostitutas, sudar a saltos en una discoteca-, el cubano de El rey de la Habana también vive para satisfacer las necesidades del cuerpo. “¿Para qué nace la gente? ¿Para morirse? Si no hay nada que hacer. No entiendo para qué pasar todo este trabajo. Hay que vivir, batirse con los demás para que no te jodan y al final todo es mierda” (p.25), concluye Rey al principio del libro. La vida para estos sujetos es pura naturaleza: no hay objetivos de proyección intelectual o espiritual. Rey no cree en Dios, porque tampoco entiende qué es la religión ni para qué sirve: sólo puede agarrar un santico –que para él es sólo un muñeco- porque observa que con él en la mano recibe más limosnas. Si tanto los sujetos de El asco como los de El rey de la Habana son sujetos biológicos, que le dan preponderancia a los deseos del cuerpo por sobre los del intelecto, el protagonista de El rey de la Habana va aún más allá: es pura naturaleza. Está en el borde de lo social, caminando en una cuerda floja, y termina por caerse, por salirse por completo de lo social: su muerte es la de un animal y no queda registrada en ningún lado porque él ya no es un sujeto histórico. “No tenía nada en que pensar. Nunca sentía necesidad de pensar, de tomar decisiones, de proyectarse hacia acá o hacia allá” (p.153) dice Gutiérrez de Rey. Es el sujeto del puro presente. Esta nueva identidad latinoamericana fundada en lo corporal implica a sujetos que no pueden proyectarse hacia el futuro, que no vislumbran la posibilidad de un tiempo futuro, que sólo pueden vivir, sin esperanzas, el día a día.
Los discursos cínicos de las nuevas escrituras latinoamericanas descubren nuevas subjetividades en el campo social: sujetos que no trabajan, que han quedado fuera de todas las instituciones tradicionales, sujetos de pérdida, absolutamente despojados. Sujetos que han perdido el rumbo (al igual que el relato, que ya no tiene un principio-medio-fin, sino que es redundante, circular). Ya no se trata del sujeto de la nación, que constituye un “pueblo”; a duras penas es el sujeto de la sociedad civil (categoría que reemplazó a la noción de pueblo, como apunta Néstor García Canclini ). Si bien categorías como pueblo y nación siguen subsistiendo en la sociedad contemporánea, cierta literatura latinoamericana de los ’90 puso de manifiesto que las nuevas subjetividades del mundo contemporáneo poco tienen que ver con aquellas viejas nociones: es el sujeto del mundo biológico, el mundo entendido como selva, donde la civilización –la ciudad- se ha convertido en barbarie.
Consideraciones finales: el cuerpo literario como cuerpo político
La literatura latinoamericana de los ’90 delinea los nuevos imaginarios de la corporalidad: El cuerpo exhibido –que se muestra públicamente en sus actos más íntimos-; el cuerpo sin identidad o que puede cambiar de identidad –de nombre, de nacionalidad-; el cuerpo humano animalizado, con todas sus afecciones a flor de piel, que le otorga prioridad a sus necesidades básicas y a lo que le dictan sus sentidos. Un cuerpo cuya sexualidad sirve para delinear identidades (el hombre-macho). Un cuerpo que cada vez juega un rol más importante en la construcción de la subjetividad. Es el cuerpo del neoliberalismo en América Latina, el cuerpo convertido en desecho social.
Los sujetos portadores de estos cuerpos están desplazados de las instituciones –sujetos sin trabajo, sin familia, condiciones básicas para constituirse en tanto personas-. Sujetos que no pueden prever un futuro, porque su temporalidad es más cercana a la del animal: viven minuto a minuto, de acuerdo a lo que le dictan sus sentidos, para satisfacer sus necesidades corporales. Sujetos en conflicto con la nación, dentro de la cual se encuentran, fuera de la cual se encuentran. Sujetos de una época global en la que según Martín Barbero, López y Jaramillo “lo nacional responde a un paradigma que no puede ya dar cuenta ni histórica ni teóricamente de toda la realidad en la que se insertan hoy individuos y clases, naciones y nacionalidades, culturas y civilizaciones (…) [y en la que] nos encontramos ante otro tipo de proceso, que se expresa en la cultura de la modernidad-mundo, que es una ‘nueva manera de estar en la vida’” . Esta nueva forma de estar en la vida es la de estos sujetos posthumanos, sujetos fuera de la historia. Estas escrituras dan cuenta de esta subjetividad –marginal, obscena, abyecta- del neoliberalismo, de la globalización, subjetividad que pone en crisis a todas las instituciones.
Es evidente que esta literatura no necesita exponer ideas ni proyectos ni programas político-ideológicos para erigirse como una literatura meramente política. Porque da cuenta de una barbarización de lo social –corporalidades animalizadas- y de un presente sin futuro, sin utopías. Pone en escena a los cuerpos de la exclusión social, cuerpos sin retorno a lo social, que una vez que se alejan de lo social emprenden un camino que sólo puede ir hacia la pura animalidad. El carácter político de esta literatura nada tiene que ver con la literatura política clásica, ligada a la representación de sujetos de clase (literatura proletaria/literatura burguesa): los sujetos de estas literaturas están fuera de las clases sociales y su realidad se construye a partir de elementos puramente biológicos. La literatura de finales de siglo XX brinda otras imágenes del mundo; no reflexiona sobre él, simplemente lo expone. Su imagen es la de un cuerpo nuevo, que es también político; ponerlo en escena, como lo hace la literatura, es un acto político. Es el cuerpo de Rey, de los salvadoreños y de todos aquellos que, en el mundo neoliberal y globalizado, se han quedado sin voz; aquellos que encuentran en su cuerpo, en su carácter biológico, el último indicio de su humanidad.


Bibliografía
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Martín-Barbero, Jesús; López de la Roche, Fabio; Jaramillo, Jaime Eduardo: Cultura y Globalización, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales, Colombia, 1999.

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1 comentario:

  1. Hola, soy Graciela, del grupo de clacso.

    Comparto el análisis del imaginario social del cuerpo. Quisiera preguntar si lo abyecto se complementa con la completud de la noción de un cuerpo ciudadano, ilustre, prometeico, un proyecto de modernidad.

    Gracias, va un ciber abrazo

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